Tras Alpe D´Huez, un puerto mítico del Tour de Francia,
tocaba un puerto mítico (por su dureza) no solo de la Vuelta a España, sino del
ciclismo mundial: el famoso y temido Angliru, a apenas 20 kilómetros de Oviedo.
Tres inquietos socios decidimos lanzarnos a por él el pasado 8 de agosto. Tras
unas pedaladas de calentamiento giramos a la derecha en La Vega de Riosa y nos
encontramos con el cartel de comienzo de puerto, donde comprobamos los datos
que ya habíamos analizado. “Bienvenidos al Angliru. El Olimpo del Ciclismo”.
12,5 kms. 1573 metros de altitud. 1266 metros de desnivel positivo. Pendiente
media del 10,13% y máxima del 23,5%.
Allá vamos. Los primeros 5 kilómetros fueron asequibles. El
ritmo era constante y, aunque la pendiente media de este tramo ronda el 9%, nos
pareció sencillo. Incluso decidimos bajar un poco el ritmo para guardar fuerzas
para la segunda parte del puerto, como bien nos habían recomendado. En estos
primeros compases vimos unos cartelitos que nos acompañarían a lo largo de todo
el recorrido. En ellos se indicaba la distancia hasta la cima, la duración de
la siguiente rampa y el porcentaje mínimo y máximo de la misma, a veces una
ayuda y a veces una losa. Ligereza de piernas, buena compañía, buen tiempo y
unas vistas espectaculares ¿Qué más se puede pedir? Pues justo lo contrario a
lo que nos esperaba. Después del kilómetro de llaneo que ofrece el área de
descanso de Viapará empezaron a retumbar por los valles tambores de guerra y
comenzó la batalla, a cara de perro, con los 6,5 kilómetros asesinos. El
recibimiento fue un tramo del 19% tras el que llegó “Les Cabanes”, una rampa de
unos 200 metros al 22%. La afrontamos bien, resoplando, pero a ritmo y, de
momento, juntos. El siguiente paso pareció un descenso porque bajamos del 22 al
12 durante un kilómetro aproximadamente. Esos son los “típicos descansos” que
hacen “sencillo” el Angliru. Esos, junto con el tramo siguiente, que volvió a
ser del 14,5% y provocó ya los primeros distanciamientos al terminar en “Les
Picones”, en torno al kilómetro 9 con el 20%. Por el camino íbamos encontrando
unos grandes paneles capaces de motivar y desmotivar al mismo tiempo: uno con
los primeros seis ganadores; otro con el artículo del triunfo de Heras; una
portada de Marca con el Chava Jiménez antes del primer ascenso al “Infierno”,
etc.
Las nubes empezaban a llegar a nuestra altura; el cuerpo
parecía un grifo abierto y el sudor ya chorreaba como si no hubiera un mañana…
Pero seguíamos, ya cada uno a su ritmo pero cerca y esperando a que la
carretera girase para ver justo debajo al compañero y gritarnos unos a otros
para animarnos, para no desfallecer, para echarle leña al asunto… Porque tras
“Les Picones” nos esperaba sin duda alguna el tramo más duro y exigente. El
tramo psicológico. La barrera entre echar pie a tierra y cargarte el objetivo
marcado o apretar los dientes, retorcerte, ponerte de pie y sentarte,
zigzaguear, buscar al compañero con la mirada, animarse mutuamente… Hablamos de
un kilómetro al 17,5%, con la rampa de “Cobayos” al 21 y la famosa “Cueña les
Cabres” al 23,5%, el máximo porcentaje del puerto que se encuentra, para más
recochineo, a tan solo kilómetro y medio del final y, como su propio nombre
indica, no lo suben ni les cabres. Nosotros parecíamos cabras montesas con
experiencia porque lo subimos, aunque recurriendo a las técnicas descritas unas
líneas atrás.
Y sí amigos, nos empezó a llover. Por si fuese poco, el agua
lo hizo más épico, más puro, más ciclismo… Y más bonito, por qué no decirlo.
Perdón, antes dije a tan solo kilómetro y medio del final… Pues en esa “pequeña
distancia” le dio tiempo al Angliru de regalarnos justo a continuación de “Les
Cabres” un descanso con pendiente del 16% y “El Aviru” (conocido entre los
hornachegos como el Adiro porque no veas como bombea ahí la sangre) al 21,5%,
para terminar con “Les Piedrusines” al 20%.
Ahora sí. Plato grande, piñón chico… Y unos 600 metros de
llano para coronar, empapados, pero orgullosísimos. Chorreando pero con una
sonrisa de oreja a oreja que terminó con un emotivo y fuerte abrazo. Pertinente
foto de rigor…
Y descenso. Por si no habíamos tenido bastante con el
ascenso, la bajada fue memorable. Recordamos aquella mítica frase de un titán
en Hornachos que decía “el agua cuando llega al pellejo resbala” y, calados
hasta las orejas comenzamos el descenso. Lo resumo muy rápido: suelo
resbaladizo por la lluvia, frío, manos y pies helados y labios amoratados.
Hasta que a alguno se le ocurrió pensar… Viapará. Y eso hicimos, paramos en
Viapará, nos calentamos con un café hirviendo, echamos mano a unos periódicos
que nos ofreció gustosamente la camarera, nos protegimos el pecho y, por fin,
pudimos descender el último tramo disfrutando lo que no está escrito.
Experiencia totalmente recomendable para todos los amantes
del ciclismo. Son cosas que hay que hacer al menos una vez en la vida. Fue
duro, muy duro, pero las sensaciones que experimentas cuando lo coronas no se
pueden describir con palabras. Las inclemencias del tiempo lo han hecho aún más memorable y más inolvidable.
Estas vivencias te reencuentran contigo mismo, te ayudan a conocerte y a
valorar este deporte en la medida que se merece. Señores, esto es el ciclismo.
Este es el deporte que lleva el cuerpo al límite un día sí y otro también. Este
es el deporte que no se valora, en el que te juegas la vida cada vez que sales
a dar una vuelta… Pero esta es nuestra afición. Estos son los retos que nos
marcamos y esta es la satisfacción que proporciona el conseguirlos.
¡Salud y pedales!
M.A.C.B